Fue hace mucho que iniciamos en el blog un paseo por la cultura clásica, en el que hablamos de Mitos y Leyendas de todo tipo, incluyendo en mayor medida - por supuesto - la mitología grecorromana. Una vez terminamos con el Panteón Olímpico, me propuse iniciar con los grandes Héroes y, hasta ahora, solo habíamos visto el mito de Heracles (Hércules). Ya iba siendo hora de retomar esta sección que tanto me apasiona y quería hacerlo con uno de los héroes que más me gustan: Perseo.
A modo de breve resumen, recordemos que los héroes son, en su mayoría, descendientes mortales de la relación entre un ser mortal y otro divino; no obstante, también podían considerarse como tal aquellos que se han ganado tal rango por sus hazañas o características físicas excepcionales.
Perseo es hijo de Zeus y Dánae, princesa de Argos. Recordando este pasaje, la joven vivía cautiva en una torre de bronce para evitar que tuviese relaciones con ningún hombre ya que una profecía decía que el rey Acrisio sería asesinado por su nieto. Como ella era su única hija, decidió encerrarla pero, tal y como ya sabemos, el Dios del Trueno era capaz de metamorfosearse a su antojo y, en este caso, se transformó en lluvia dorada para colarse por una pequeña rendija, cayendo sobre la joven Dánae.
Cuando Acrisio supo del nacimiento de Perseo, encerró al bebé junto a su madre en un gran cofre y los arrojó al mar, para que ambos murieran. Zeus pidió a Poseidón la protección de ambos, calmando las aguas y haciéndoles llegar sanos y salvos a la isla de Séfiros, siendo rescatados y acogidos por un Dictis, de quien existen dos versiones: un humilde pescador o un rey destronado por su hermano, Polidectes. Sea como fuere, creció en dicha isla, convirtiéndose en un joven adulto apuesto, fuerte y valiente.
Aquí comienzan las hazañas de Perseo quien, junto a Heracles y Teseo, forma parte de los grandes héroes de la Mitología Griega.