Mis tatuajes #3

¡Hola, chicuelos!

Sí, al habla una despistada. 

No puedo creer que se me pasara esto en la entrada anterior donde os hablaba del resto de mis tatuajes, dejando en el olvido dos de los más importantes... Es por ello que me voy a permitir hacer un post sobre esto, en vez de actualizar el anterior. 

Como veis, os hablé de una tanda en una primera publicación y, hace pocos días, de otros tantos. Ya ahí me sonaba raro, porque contaba 11 y - aún a sabiendas de que los tengo impares - no me sonaba bien el número. ¡Porque son 13! 

Estos que vais a ver hoy son dos, aunque forman parte de un mismo motivo.

Son realmente el noveno y el décimo tatuaje. Me los hice el mismo día que la frase de "Mischief Managed".

De todos los que tengo, este es el que probablemente menos miedo me dé en lo relación al: "cualquier otra persona puede tenerlo" (junto con el de mi silueta de embarazo, sería absurdo que alguien lo copiara literal). Porque se trata de coordenadas concretas de estrellas asignadas a dos de mis personas favoritas: mis abuelos maternos. 

Y, por supuesto, sí que hay una historia detrás. 
Quizá suena muy "Rey León", pero que aquellos a quienes he perdido se convirtieran en estrellas, fue un ejercicio de catarsis ante la muerte que me sirvió de pequeña cuando, allá por el 98, perdí a mi abuela paterna y fue algo sumamente doloroso. 

Fue mi madre quien fomentó aquello, ya que mi llanto solo remitió cuando me sacó al balcón de casa una noche y me dijo que mi abuela estaba en el cielo; que se había convertido en una estrella. La más brillante. Desde ahí, todas las noches salía a buscarla, durante muchísimo tiempo (y, durante años, ha sido un ejercicio recurrente en momentos que he necesitado calma, sin más, no porque crea en ese aspecto). 

Este hecho quedó tan marcado en mí que me sirvió para entender que podía encontrar paz en el dolor de la pérdida de un ser querido y, mis abuelos, que han sido mis más relucientes estrellas en vida, también brillan con fuerza en el firmamento. 

Vito fue la primera. El tiempo no quiso permitirme que pudiera disfrutar más de ella. Apenas tenía 9 años cuando se fue. Le siguió Pepe (ambos eran mis abuelos paternos), a quien pude ver sonreír mucho más tiempo (hasta mis 12). No obstante, los años y las circunstancias hicieron que conviviese en casa con mis abuelos maternos, Antonio y Ana, siendo ella mi última pérdida y, posiblemente, la más dolorosa de todas (sin desmerecer, obviamente). Mi abuelo falleció dos días antes de cumplir mis 18 años, en 2007. Y, a mi abuela, diez años después... Va a hacer pronto cinco años. Y aún me cuesta hacerme a la idea. 

Pero no quiero que esta entrada sea para entristecernos pues, como bien dicen en una de mis películas favoritas, "solo muere lo que se olvida". Y es que hoy en día, literalmente, existen dos estrellas en el mundo que reciben sus nombres, Antonio Ruiz Ortega y Ana García Márquez y son sus coordenadas las que llevo en mi piel. 

Con orgullo. 

Con mucho amor. Todo aquel que siempre me dieron y que tanto añoro.

(Y soy consciente de lo engañabobos que puede sonar, pero el pago por "la estrella" se hace porque es un dinero invertido que sirve para investigaciones y demás, no por tener un ego desmesurado y creer que algo sería 'propiedad' o como queráis llamarlo. No quitemos la parte bonita de la historia). 

Lo dicho. Que me olvidé de incluir en el post estos tatuajes, que son sumamente especiales para mí. Pero porque la cabeza no me da para más. También me los hizo Pablo, por cierto, de Alanai Tattoo. 

Espero no haberos aburrido con esta parte tan personal... 

¡Nos leemos, feliz semana!